"Por medio de las historias y de los procedimientos fantásticos que las producen, nosotros ayudamos a los niños a entrar en la realidad por la ventana, en vez de hacerlo por la puerta. Es más divertido y por lo tanto más útil".
Gianni Rodari
ADAPTACIÓN PERSONAL DEL CUENTO: EL HOMBRE DE LA PIEL DE OSO
Érase una vez, hace muchos, muchos años, un reino de gran belleza que se extendía por un hermoso valle lleno de flores y árboles que daban frutos exquisitos. Allí los campesinos cultivaban la tierra con lo que les apetecía porque siempre salía algo rico. Había también muchos animales de la granja que pastaban en verdes campos, ofreciendo a los hombres su mejor leche, huevos y carnes.
Quienes gobernaban en este reino de paz y armonía eran la Reina Marian y su, hijo, el príncipe William. Vivían en un bonito castillo, justo encima de las colinas, y siempre estaba abierto a toda la gente de la aldea para que pudiera disfrutar de las innumerables fiestas que se celebraban en él. La reina Marian, era una reina buena y justa, muy sabia y enseñaba a William todo lo que ella sabía ya que algún día William se convertiría en el rey y tendría que tomar todas las decisiones para el bien de su pueblo. William era un jovencito muy alegre y vivaz, le encantaba hablar con la gente y siempre estaba jugando en la calle con sus amigos. Era también un chico inteligente y de buen corazón y le encantaba ayudar a todo el mundo, por eso todos le querían mucho... todos menos su tío, Wilfrid que vivía en el castillo con William y su mamá. Wilfrid siempre había sido un envidioso, un hombre de poca honradez que quería ser rey para malgastar el dinero, sin importarle los demás. A William no le hacía nada de gracia que viviera allí en el castillo pero como no tenía un sitio adonde ir y era el hermano del que fue el padre de William, habían decidido acogerlo a pesar de su mal carácter.
El príncipe William y la Reina Marian se querían mucho y eran muy felices, aunque echaban mucho de menos al Rey, el papá de William, que había muerto hace muchos años a causa de una tempestad en alta mar. Todo iba fenomenal hasta que un día la Reina Marian se puso muy malita y nadie sabía cómo curarla. Fueron llamados a la corte curanderos, chamanes, médicos para ver si alguno sabía cómo poder curar a la pobre reina, que cada día estaba más débil.
Un día llegó al castillo un anciano que pidió ver a la Reina, diciendo que él podía encontrar una solución. William le acompañó y el anciano, al ver a la reina afirmó que la pobre era víctima de un maleficio y que la única forma de salvarla era encontrando una hierba mágica, llamada "hierba de la luna". Le dijo a William que tenía que irse de inmediato para buscar y encontrar esta hierba misteriosa.
Un día llegó al castillo un anciano que pidió ver a la Reina, diciendo que él podía encontrar una solución. William le acompañó y el anciano, al ver a la reina afirmó que la pobre era víctima de un maleficio y que la única forma de salvarla era encontrando una hierba mágica, llamada "hierba de la luna". Le dijo a William que tenía que irse de inmediato para buscar y encontrar esta hierba misteriosa.
William no se lo pensó dos veces: abrazó a su madre prometiéndole que volvería con su cura pasara lo que pasara. Y así, armado solo de su espada y su coraje, fue a por su querido caballo Blanquito y se fue al galope. Su viaje fue a la vez complicado e increíble, el valiente William tuvo que enfrentarse a todo tipo de dificultades: como le dijo el anciano tuvo que buscar por el mar, por las montañas, luchó contra malvados, gigantes y brujas malas que también querían encontrar la rara hierba de la luna. Nunca perdió la esperanza y por fin lo consiguió: después de dos largos años de búsqueda, William estaba de vuelta a su reino con la cura para su madre. Fue un viaje muy duro y peligroso,
pero de esta forma William se convirtió en un chico todavía más valiente,
fuerte e intrépido: ya no le daba miedo nada.
Entró corriendo al castillo pero se encontró delante a su tío Wilfrid que le cerró el paso. Wilfrid, más antipático que nunca, dijo a William que ya no era bienvenido en el castillo, porque él mismo se había convertido en Rey al casarse con la Reina Marian, así que decidía quien se quedaba y quien no. William se tenía que marchar para siempre de su casa.
Entró corriendo al castillo pero se encontró delante a su tío Wilfrid que le cerró el paso. Wilfrid, más antipático que nunca, dijo a William que ya no era bienvenido en el castillo, porque él mismo se había convertido en Rey al casarse con la Reina Marian, así que decidía quien se quedaba y quien no. William se tenía que marchar para siempre de su casa.
William estaba confundido y enfurecido pero al mismo tiempo deseaba ver a su madre, asegurarse de que seguía esperándole, y darle la cura que la salvaría. No queriendo luchar contra su tío, le dijo que lo único que deseaba era dar a su madre la hierba mágica. Tío Wilfrid le contestó con toda su maldad.
- Vale, jovencito. Verás a tu madre, le darás esta pócima y te despedirás para siempre de ella. Este ya no es tu castillo, jamás volverás y jamás serás el rey de este reino. No quiero volver a ver tu cara por aquí y si te atreves a desobedecerme será tu querida madre quien lo pagará... todavía tengo parte de la poción que me hizo una bruja hace dos años... no tendré algún remordimiento en hacerla enfermar otra vez.
- Tío Wilfrid, te prometo que si me dejas hablar con mi madre, jamás volveré aquí hasta que tú estés viviendo en este reino. También te digo que tu maldad acabará contigo algún día.
William pudo ver a su madre que seguía en la cama sin poder moverse y casi ni podía hablar. Con un hilo de voz, le contó que el tío Wilfrid, aprovechando de su debilidad, la había obligado a casarse con él para convertirse en Rey: que ahora gobernaba como un déspota, y que nadie le quería en el reino porque trataba mal a todos. William preparó la hierba de la luna para la madre, que al tomarla, ya empezó a sentirse con más fuerzas y, lamentándolo mucho, se tuvo que despedir de ella otra vez.
William no quería que su tío hiciera
daño a su madre, por ello tenía que acatar sus órdenes e irse, aunque fuera
injusto, hasta que hubiera encontrado la forma de librarse de las amenazas de
su tío y volver a ser el verdadero Príncipe de su Reino.
La Reina Marian estaba muy triste pero confiaba tanto en su hijo y sabía que siendo un chico tan valiente, habría cumplido sin duda su promesa y algún día volvería. Dejó a su querido hijo la mitad de un pequeño corazón de plata para que William lo llevara siempre al lado de su corazón, así como ella llevaría la otra mitad al lado de su corazón.
El joven y valiente William, se fue otra vez con su Blanquito galopando a toda velocidad sin darse la vuelta, galopó tan lejos hasta que ya no pudo ver su amado reino. Pero esta vez no tenía rumbo alguno, no sabía qué hacer ni adonde ir, ya cansado se paró. Empezaba a hacer frio y las primeras estrellas ya estaban en el cielo.
- Blanquito, mejor paremos aquí esta noche, cerca de esta cueva. Haré un fuego y descansaremos un poco. Necesito pensar.
Y así William se quedó al lado del fuego calentándose y pensando adonde podría ir al día siguiente. Se le ocurrieron mil ideas, pero ninguna le parecía buena. En realidad, lo que más quería en el mundo era volver a su casa, a su castillo, a su reino. Se puso muy muy triste y una lágrima salió de sus ojos. De repente oyó una irritante vocecita detrás de su espalda:
William se levantó en un segundo y desenvainó su espada, atento y listo para lo que fuera.
- ¿Quien anda por ahí? Hazte ver si no quieres que te encuentre yo y te dé tu merecido.
- Oh, no hace falta que te pongas tan nervioso principito, ya me presento, soy un duendecito.
Y de la oscuridad apareció un diminuto duende, feo de lo más feo con una nariz muy larga y las orejas puntiagudas que se acercó al fuego para que William lo viera mejor.
- Oye principito, ¿no me tendrás miedo? Todos dicen que eres un gran caballero.
- No, no te tengo miedo duende. ¿Qué quieres de mí? Preguntó William, que sabía perfectamente que los duendes pueden ser muy canallas y nunca se hacen ver sin motivo.
- De comer no quiero, porque veo que no tienes nada en el fuego ¡jijiji!
- Déjate de bromitas y dime qué haces aquí.
- Vale, vale, tranquilito, me sentaré a tu ladito y lo explicaré bien clarito... ¡jijiji! Soy el duende Claus y hoy he tenido un día fantástico: he encontrado tanto oro que lo guardaré juntito a mi enorme tesoro; además he gastado unas cuantas bromas insolentes a unos inocentes... ¡jijiji! Pero para acabar bien mi día necesito hacer alguna otra locura... más bien una travesura, y cuando te he visto aquí sentado, triste, triste, se me ha ocurrido una idea genial. Todos hablan de ti y se sabe lo que te ha pasado, eras príncipe y ahora no eres nadie, tenías un castillo y un reino y ahora no sabes ni adonde ir... el chico tan valiente ya no es tan sonriente... ¡jajaja! Es una historia deprimente pero a mí me enciende la mente. Y he pensado: tampoco es para tanto, el principito con su coraje puede sufrir otro largo viaje y si lo conseguirá su recompensa tendrá.
- ¿Qué quieres decir duende? No te entiendo.
- Te propongo un trato, si haces lo que yo te digo... recuperarás tu reino, tu castillo, a tu madre, toda tu vida de antes, te casarás, tendrás hijos y serás un hombre feliz para siempre.
- Dime que tengo que hacer y lo haré.
- Espera, espera jovencito, quiero ver si de veras no eres un blandito. Entra en esta cueva, allí hay un oso que despertaré ahora mismo. Estará enfurecido ¡jejeje! Tienes que demostrarme que no le tienes miedo: entrarás, le matarás y saldrás con su piel.
El duende Claus, rapidísimo entro en la cueva y de repente se oyó un gruñido tan espantoso que le habría dado miedo a cien hombres... pero William, fiero y seguro de sí mismo entró en la cueva. Al cabo de un rato, salió con la piel del oso y le dijo a Claus:
- Aquí tienes tu piel de oso... y ahora dime cual es el trato.
- Bien, muy bien, ¡jejeje! Tendrás que dejar aquí tus bonitos vestidos de príncipe y te vestirás con la piel del oso. Te olvidarás de quien eres, de tu nombre, y a quien te lo pregunte le dirás que te llamas Piel de oso. Durante los próximos 5 años, no podrás jamás quitarte esta piel, no te lavarás ni te afeitarás, ni te cortarás el pelo, la barba o las uñas. Vivirás en el mismo sitio como muchos siete días y luego tendrás que irte a otro lugar. Para que puedas sobrevivir te daré este saquito, dentro hay un puñado de piedras que no acaban nunca: todas la veces que tires las piedras al suelo, se trasformarán en oro. Pasado los 5 años, te esperaré aquí y te devolveré lo que te he prometido sin hacer daño a nadie… te estoy prometiendo la felicidad que no es poco, ¿verdad? Los duendes, aunque seamos un poco malotes a veces... jamás incumplimos una promesa. ¿Qué me dices, Piel de osito?
- Y si no lo consigo, ¿qué me pasará?
- Que en mi sirviente te convertirás, y también me quedaré con tu castillo que pintaré de amarillo. Respondió el duendecillo.
William se lo pensó un poco, todo parecía una locura pero no dudaba en el poder que podían tener algunos de los duendes ancianos y este lo parecía sin duda. En aquel momento William sintió que no tenía nada que perder, pensó que ya había estado luchando contra mil adversidades los últimos dos años, además que habría tenido dinero para comer o comprar lo que le hiciera falta. Se dijo a sí mismo que 5 años pasarían rápidamente y que la recompensa era lo que más quería en el mundo.
- Acepto el trato duende Claus.
- ¡¡Bien muy bien!! Me lo pasaré chachi piruli al observar tu sufrimiento -sin que tú me veas - en los próximos 5 años ¡jejeje! Ponte tu nuevo vestido y aquí tienes la bolsita con las piedras mágicas. Ah, una última cosa: no te dije que este largo paseíto lo darás sin tu caballito. Ven Blanquito, ven con tu duendecito.
- No me puedes quitar a Blanquito es un gran amigo para mi...
- Ah no digas nada más, necesito a la hermosa criatura para moverme… con soltura. Además que estar cansado me deja muy estresado. Volverás a ver a tu caballito dentro de tan sólo 5 añitos ¡jijiji!
El duende Claus, con un ágil salto subió en la silla de Blanquito y se fue, desapareciendo en la oscuridad de la noche.
Así empezó la aventura de William, que desde entonces se hizo llamar Piel de oso. Los primeros meses no fueron tan malos. A la gente le extrañaba un poco que llevase siempre encima una piel de oso, pero William seguía teniendo su cara bonita y sus modales tan amables. Como podía crear oro todas las veces que lo necesitaba, comía lo suficiente y regalaba lo que le parecía a los más necesitados, a los pobres. Ayudaba a todos los que podía. Pero con el paso del tiempo el aspecto de William empezó a cambiar: tanto andar de un sitio a otro, sin lavarse nunca, con los pelos y la barba largos, las uñas fatal... en fin que cada vez más tenía pinta de un loco guarrete, así que nadie se acercaba a él porque la gente le tenía miedo. William se sentía cada vez más solo y avergonzado de su aspecto... no quería asustar a nadie así que, poco a poco, decidió alejarse de la gente. Dormía en la calle y apenas podía comprar comida, a veces ni le querían servir un plato de comida a pesar de poder pagarla. Pero si algún inocente necesitaba algo y él se enteraba, no dudaba ni un segundo y se lanzaba a ayudarle como fuera.
Una noche de verano, después de cuatro años viviendo como un vagabundo, sin ser querido por nadie, se sentó al lado de un establo, en un pequeño pueblo sin nombre. Tenía mucho calor y se paró para admirar las estrellas y encontrar de nuevo fuerza y esperanza. Mientras estaba recordando su antigua vida feliz oyó que alguien estaba llorando desconsolado, a pocos metros de él, escondido detrás de un montón de heno. Se puso a escuchar más atentamente, era un llanto de una chica y tanta desesperación le tocó el corazón. Bien sabiendo que su aspecto la habría asustado, intentó acercarse permaneciendo en la sombra y con voz suave le dijo:
- Por favor, no te asustes, no quiero hacerte daño, soy un buen hombre y sólo te quiero ayudar. ¿Estás bien?
La chica paró de llorar algunos segundos y entre lágrimas dijo: "Es inútil, nadie me puede ayudar".
William contestó: "Jamás hay que perder la esperanza, no te desanimes por cuanto grande sea tu problema estoy seguro de que habrá una solución. Me voy a acercar lentamente a ti, no te asustes porque... la verdad es que no estoy en mi mejor momento, soy un poco feo a simple vista y llevo puesto un vestido horroroso. Tú me contarás tranquilamente lo que te pasa e intentaremos solucionarlo, ya verás."
La chica tenía un poco de miedo, aquel señor era un forastero, pero su voz le parecía dulce y él amable. Y como también se había pasado todo el día allí llorando, sin consuelo ni solución a sus problemas, sin darse cuenta empezó a hablar y a contar lo que le pasaba.
La pobre chica, empezó diciendo
que vivía con su padre, un buen hombre carpintero. Le contó que un noble
deshonesto no había pagado los trabajos que su padre hizo para él y que por eso
estaban arruinados. Además que aquel noble, había conseguido darle la vuelta a
los hechos, inculpando injustamente al pobre carpintero, afirmando que le debía.
Su padre, tachado de ladrón, fue llevado a prisión, sin más explicaciones. Como
si fuera poco, el noble reclamó la casa del carpintero como compensación, y se
la quedó. Así que la desafortunada chica estaba ahora sin su padre, sin su casa
y sin dinero para poder sobrevivir, buscando trabajo por todas partes sin
conseguirlo y por lo tanto, obligada a vivir en la calle.
William ya se había sentado, casi al lado de la chica, aunque no demasiado cerca y ella casi ni se había enterado. Entonces él le dijo:
- Siento mucho que hayas tenido que sufrir tantas injusticias, no os lo merecéis ni tú ni tu padre. Por lo que me cuentas es algo que se puede resolver con dinero y yo, tengo mucho. Te daré todo lo que te hace falta para que tú y tu padre recuperéis vuestro hogar.
La chica levantó la mirada y observo aquel señor... pensó que estaba muy sucio y olía fatal, tenía un aspecto horroroso, pero se fijo sólo en sus ojos celestes que parecían ojos honestos y buenos...
- Si es cierto que me vas a dar tanto dinero, seguro que querrás algo a cambio. ¿Qué quieres?
- Yo también perdí mi casa y mi familia, sé lo que estás sintiendo. Como te he dicho poseo mucho dinero, el dinero no me importa, te puedo dar todo el que te haga falta y a cambio te pido sólo que seas feliz con tu vida, tu padre, con quien quieras sin perder jamás la esperanza. Las cosas pueden cambiar y mañana mismo te lo demostraré. Dime solo cómo te llamas.
- Me llamo Leonor, ¿y tú?
- Ahora mi nombre es Piel de oso.
No volvieron a hablar aquella noche, descansaron y a la mañana siguiente se fueron a la prisión. Gracias a las piedras del duende, sacaron oro para pagar la libertad del padre de Leonor y luego se fueron a ver al noble. William pagó la casa de Leonor y de su padre, para que la cuestión se quedara zanjada pero amenazó al noble para que le diera el dinero que se merecía el padre del Leonor por los trabajos que ya le había entregado. El noble, sin duda un deshonesto pero también un miedica sin valor, al ver a Piel de oso se asustó pensando que un hombre así seguro que sería un gran cazador. No quería enfrentarse a él y pagó sus deudas al carpintero.
Volvieron a la casita todos felices y el padre de Leonor, invitó a Piel de Oso a quedarse con ellos todo el tiempo que quisiera. William ayudó en las tareas de la casa y en lo que podía, siempre era amable y al final Leonor acabó enamorándose de él, que guapo no era desde luego con aquella piel puesta que jamás se quitaba, pero se veía que tenía un gran corazón. Se lo confesó al padre y lo entendió perfectamente así que dijo a William:
- Piel de oso, nos has devuelto la vida. La única forma de agradecértelo es haciéndote el regalo más grande y preciado que yo tengo. ¿Quieres que mi hija Leonor sea tu esposa?
-Si Leonor quiere ser mi esposa y si es capaz de esperarme hasta que yo vuelva, me haría muy feliz pasar con ella el resto de mi vida. Pero ahora me tengo que marchar no puedo deciros nada más, volveré dentro de un año y si todavía Leonor me quiere, nos casaremos.
Antes de irse dejó a Leonor la mitad del corazón que la Reina Marian le dejó al despedirse de él cuatros años atrás. Piel de oso se fue a otro lugar y luego a otro y a otro, siempre intentando ser amable con quien se cruzaba en su camino, a veces la gente le rechazaba, otras le ofendía, pero ahora tenía otra esperanza más que aliviaba sus días de vagabundo: pensaba mucho en Leonor y en casarse con ella. Pasó otro año y así llegó el día en el que se tenía que encontrar en el bosque, en la entrada de la cueva, con Claus, el duende travieso. Piel de oso estaba nervioso, pero deseoso de ver al duende y también a su Blanquito.
Como los duendes se dejan ver solo por la noche, Piel de oso encendió un fuego y se puso a esperar en silencio, hasta que notó algo desde lejos, se estaba acercando y finalmente pudo distinguir que era el ruido de las pezuñas de un caballo. ¡Era su Blanquito! Apareció solo y se puso muy contento cuando vio a su amo: se dieron besos y abrazos... pero, pero, ¿dónde se había metido el duende Claus?
- Claus, Claus, ¿Dónde estás? - Llamó fuerte y alto Piel de oso, pero nadie contestó, llamó otra vez y añadió: Duende impostor si no apareces dedicaré el resto de mi vida a buscarte para acabar contigo.
- Uh, tranquilo, tranquilo osito...ya voy despacito ¡jejeje! Sabes que me gusta gastar bromas. Aquí estoy como prometí hace solo... 5 añitos. Me lo he pasado fenomenal contigo, mirándote sin que tú te dieras cuenta, viendo como las cosas te iban de mal en peor ¡jijiji! Te he traído un espejo para que veas tu distinguido aspecto... así nos echaremos una carcajada juntos.
- Duende, me he pasado 5 años luchando para conseguir lo que más quería en el mundo, ahora es el momento de que cumplas con tu palabra.
- Y lo haré como he prometido, mi querido amigo. Un trato es un trato. Aquí tienes a tu Blanquito que te llevará a tu reino, ve hasta dentro de tu castillo, tu madre te abrirá la puerta sin dudarlo. De tu tío ya me he encargado yo ¡jijiji! Después de lo que ha hecho en estos años se merecía estar con los rebaños pero al final con un troco de magia lo he convertido en un animalito. Ya verás. Devuélveme mi bolsita con las piedras, total a ti no te importa el oro pero a mí me encanta. Ha sido un gusto tratar con un hombre justo... adiós principito ya vuelves a ser William.
El duende Claus sacó un polvito de colores de su bolsillo y lo hecho encima de William: la piel de oso desapareció y tenía puestos sus antiguos vestidos. William seguía teniendo pelo y barba sucios y largos, las uñas peor todavía... pero sonrió pensando en el duende travieso que quería que se presentara en el castillo con aquellas pintas. Montó a Blanquito y galopó sin parar hasta la puerta de su castillo. Su madre Marian, abrió en seguida casi como si supiera que estaba volviendo a casa su amado hijo, después de 5 interminables años. William le contó todo lo que le había pasado y así también su madre, que no había dejado ni un momento de pensar en él. Y supo también que el tío Wilfrid, de repente, después de haberse tomado una copa de vino, de improviso se convirtió en un gordo cerdo negro como la noche y que ahora estaba viviendo en la pocilga con los otros cerdos...
William se tuvo que bañar tres veces antes de quedarse limpio y le tuvieron que cortar las uñas con las tijeras que usaban para las pezuñas de Blanquito; se cortó el pelo, se afeitó y por fin volvió a ser el Príncipe William. Todos los habitantes de la aldea le acogieron con gran entusiasmo, estaban súper contentos de que hubiera vuelto, y no paraban de abrazar a su príncipe. William, delante de todos sus súbditos, anunció que dentro de tres meses se organizaría una gran fiesta dentro del castillo para celebrar su vuelta y su boda.
Después le pidió a su madre la otra mitad del corazón de plata y se fue a buscar a Leonor, que vivía un poco lejos... en otro reino. Menos mal que esta vez no iba andando sino con Blanquito. Cuando llegó a la casa de Leonor, la encontró en el jardín mientras estaba plantando flores. Se le acercó y, sin hablar, le enseño la otra mitad del corazón: Leonor sacó de un bolsillo la otra mitad que aquel joven con pinta de loco le había dejado un año antes. Pusieron juntas las dos partes formando un corazón. Los dos, emocionados se fundieron en un cálido abrazo. Luego William habló:
- Leonor, mi nombre es William, soy un Príncipe de un reino lejano donde mi gente vive en paz y armonía. Te he querido desde el primer momento en que te conocí y prometo quererte para siempre. Me haría muy feliz si quisieras ser mi Princesa. ¿Quieres casarte conmigo?"
- William, me enamoré de ti a pesar de tu aspecto, por tu buen corazón, tu dulzura y tu valentía y tengo que decir ahora que además eres muy guapo. Así que mi respuesta es SÍ, quiero casarme contigo y ser tu Princesa.
William y Leonor, fueron a vivir al castillo de William, hicieron una gran fiesta el día de su boda, y muchas más en los años siguientes; tuvieron muchos hijos y fueron felices para el resto de sus vidas. De vez en cuanto en el castillo... alguien gasta alguna bromita pesadita... pero nosotros sabemos de quien se trata, ¿verdad?
Y colorín colorado este cuento se
ha acabado.